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2007-02-07


A principios de junio van a reunirse en Heiligendamm, en la región alemana de Meckleburgo-Pomerania Occidental, los jefes de Estado y de Gobierno de los ocho países más poderosos del mundo para celebrar una cumbre. A pesar de que supuestamente son las personas más importantes del planeta, tienen que reunirse en un remoto hotel de lujo para protegerse de la protestas. Se van a desperdiciar casi 100 millones de euros en mantener a los manifestantes alejados del hotel. Todos odian al “Grupo de los 8”, abreviado G8, pues sus cumbres son uno de los símbolos de la miseria mundial.

I hate guerra

Cada día se gastan más de 2.000 millones de dólares en armamento para asegurar el acceso de las empresas a los recursos naturales y a los mercados. Según las estimaciones, la sangrienta ocupación de Irak llevada a cabo por los EEUU ha costado la vida a 650.000 irakíes. Pero tambíen la EU, aparentemente pacífista, se va convirtiendo en una fuerza de ocupación: tanto en los Balcanes como en el Líbano, África o Asia Central hay cada vez más soldados europeos asegurando el aprovechamiento por parte de las empresas europeas. La última cumbre del G8, celebrada en San Petesburgo en 2006, dio respaldo político a la invasión israelí del Líbano.

I hate pobreza

Los propietarios de Microsoft, IKEA, ALDI etc. poseen respectivamente una fortuna de diez mil millones de dólares. Al mismo tiempo mil millones de personas, es decir, una sexta parte de la Humanidad, tiene que vivir con menos de un dólar al día. En algunos países asiáticos no es nada raro que l@s trabajador@s de las multinacionales se pasen cosiendo 14 horas al día y ganen con ello sólo 10 céntimos por hora. El “Tercer Mundo” se encuentra en una situación de dependencia insuperable a causa de sus deudas multimillonarias con el Banco Mundial y los países ricos.

I hate explotación

También en los países ricos se está recrudeciendo la explotación. L@s trabajador@s tienen que pringarse más por menos dinero, gracias a la reducción de salarios, ampliación de las horas de trabajo, retraso de la edad de jubilación, etc. Con los recortes de la ayuda a los desempleados crece la presión sobre los (todavía) empleados. La competencia mundial provoca que l@s trabajador@s de un país tengan que venderse al precio de l@s de otro y fomenta el racismo. Educación y asistencia sanitaria, algo que en muchos países ricos es considerado un derecho fundamental, se están convirtiendo en un privilegio que hay que pagar caro.

I hate racismo

La Unión Europea se construye cada vez más a modo de fortaleza. Miles de inmigrantes africanos llegan cada mes a las Islas Canarias o alcanzan las costas italianas, y la mayoría son repatriados. Incluso los provenientes de zonas en guerra como Irak o Afganistán pueden ser deportados. Una valla de 1.100 km de largo es la encargada de impedir el paso de inmigrantes mexicanos y de América Central a los EEUU. Los inmigrados son una fuerza de trabajo barata, pues el miedo a la deportación es aprovechado para mantener los salarios bajos y unas malas condiciones de trabajo.

I hate represión

Las organizaciones de izquierdas que protestan contra esta miseria son criminalizadas en todas partes del mundo. La organización juvenil vasca de izquierdas SEGI fue tachada de “terrorista”; la asociación comunista de jóvenes checa ha sido prohibida por el Ministro de Interior por exigir la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. La “lista negra” de organizaciones calificadas de terroristas por la EU o los EEUU se hace cada vez más larga. Los poderosos tratan de reprimir toda protesta contra su sistema con el reproche del “terrorismo”.

I hate ¡capitalismo!

Toda esta miseria no es solamente resultado de “estúpidos” o “malos” políticos y empresarios. Es más bien producto de un sistema en el que la mayoría de personas trabajan para enriquecer a una minoría. Este sistema tiene un nombre: capitalismo. La creciente competencia entre los empresarios y los Estados y bloques de Estados hace que la aparición de guerras y la desintegración social sean inevitables.

Las cumbres del G8 representan este sistema. Por ese motivo sufren un asedio en toda regla. Desde las protestas contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) de diciembre de 1999 en Seattle no ha habido casi ninguna cumbre de Estados y consorcios que no haya estado acompañada de protestas en masa. En la cumbre del G8 de 2001 en Génova se manifestaron más de 300.000 personas y la policía italiana mató de un disparo al joven activista Carlo Giuliani. Pero a pesar de toda la represión, montones de jóvenes que rechazan el sistema imperante acuden a las cumbres.

Los partidos y sindicatos reformistas, las ONGs y las iglesias intentan desviar el movimiento contra el G8 hacia una posición conformista con el sistema, desde la cual simplemente piden una reforma del G8 así como una mejor política. Nuestras reivindicaciones por la caída del G8 y la destrucción del sistema tienen que hacerse oír. El odio al G8 ha de ser universal.

Pero tenemos que transformar nuestro odio individual en resistencia colectiva. Las protestas hacen salir a la calle a cientos de miles de personas, y son sobre todo los jóvenes quienes se alzan como combatientes contra las vallas, gases lacrimógenos y policía.

En la manifestación del 2 de junio tenemos la oportunidad de mostrar que los que rechazamos esa cumbre no somos ningún grupillo insignificante. Con el bloqueo del aeropuerto de Rostock podemos interrumpir realmente el transcurso de la cumbre, igual que sucedió en 2003 en Evian, cuando la cumbre del G8 tuvo que empezar con seis horas de retraso a causa de los bloqueos en la ciudad de Ginebra.

I love ¡revolución socialista mundial!

Hay una alternativa a la miseria capitalista. A nadie, excepto a unos pocos millonarios, le gusta que el mundo esté gobernado por siete hombres y una mujer (o mejor dicho: por las instituciones que están detrás de estos ocho).

La alternativa reside en que los explotados y reprimidos, sobre todo los jóvenes, se organicen para acabar con el capitalismo. Si tuviéramos en nuestras manos y pudiéramos administrar nosotros mismos las fábricas, escuelas, universidades, barrios, y también las ciudades, los países y el continente, se podría producir según las necesidades de toda la población en lugar de en provecho de los capitalistas. Pero el capitalismo no se va a destruir con una gran manifestación en Rostock, ni tampoco con unos bloqueos efectivos. Nuestra resistencia tiene que ir más allá de la semana de la cumbre. Sólo podemos desestabilizar realmente el sistema si convencemos a la mayoría de la clase trabajadora – es decir, los que van a currar todos los días – que hagan la revolución.

Para eso precisamente formamos una organización juvenil comunista independiente. Pues sólo construyendo nuestra propia organización aprendemos a intervenir en los acontecimientos políticos. No queremos con esto cerrarnos a activistas de más edad: al contrario, la historia nos enseña que la juventud revolucionaria puede jugar un papel fundamental en la fundación de partidos revolucionarios.

En los últimos cinco años del movimiento anticapitalista hemos demostrado que nosotros, la juventud, somos capaces de crear un movimiento de protesta en todo el mundo. Ahora tenemos que llegar aún más lejos y conseguir una organización política a nivel internacional.

¡Abajo con el G8! ¡Arriba con la Internacional juvenil revolucionaria!

Coordinación de iREVOLUTION, 7 de febrero de 2007



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