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2011-01-29


Una señal de alarma para los autócratas árabes y los imperialistas

El impacto de la primera caída revolucionaria de un dictador en este siglo en el mundo árabe no sólo ha llegado a Magreb y Oriente Próximo sino que todos los gobiernos europeos están hoy en día preocupadísimos por la evolución de la situación. El proceso que llevó a la caída de Ben Ali viene de lejos. Se trata de la expresión tunecina de una bronca popular acumulada y agudizada por los efectos de la crisis económica mundial en la periferia semicolonial contra los regímenes surgidos de los procesos independentistas. Éstos dejaron hace décadas ya de apoyarse en una vaga retórica nacionalista o invocar el socialismo árabe para pasarse con armas y bagajes a ser los mejores sirvientes del imperialismo y de su ofensiva neoliberal y privatizadora de los últimas décadas, con todo lo que esto implica en términos de miseria y opresión para las clases subalternas.

Un golpe asestado a los imperialistas y a los autócratas de Magreb y Medio Oriente

Por más que la estrategia imperialista haga aguas por todas partes, tanto en Irak como, sobre todo, en Afganistán, algunos de los más reaccionarios medios siguen correando que la mejor manera para imponer la “democracia” en el mundo arábigo-musulmán pasa por su exportación (inclusive armada) a partir de los países occidentales. Lo que acaban de demostrar las masas tunecinas con el derrocamiento de Ben Ali tras un mes de masivas manifestaciones y protestas es que los mejores aliados de las peores dictaduras de la región son, precisamente, los imperialistas y que la tiranía no es una fatalidad, o peor aún, un hecho consubstancial, de las masas arábigo-musulmanes. Hasta el final los países imperialistas apoyaron a uno de los regímenes más sanguinarios y dictatoriales, aunque con fachada democrática, de la región. Las masas tunecinas acaban de demostrar a sus hermanos y hermanas de clase del mundo árabe, y más allá, al mundo entero, que solo podían contar con sus propias fuerzas para acabar con los regímenes reaccionarios que dominan la región.

De esta forma acaban de asestar un duro golpe a todos los autócratas de Magreb y Medio Oriente amigos del imperialismo, algunos en el poder desde hace más de dos o tres décadas. Son pocos los que, como Gadafi, se atrevieron a declaraciones tan reaccionarias como “Ben Ali es el presidente legal de Túnez”. La mayoría de los gobiernos intenta prohibir las manifestaciones de solidaridad con la proceso revolucionario tunecino, como es el caso del Marruecos de Mohamed VI, o trata de marginalizarlas lo más posible. Decenas de activistas, pese al clima reaccionario que reina en Egipto, marcado por la instrumentalización de las tensiones interreligiosas, lograron concentrarse frente a la embajada de Túnez en Cairo, gritando “¡Ben Ali, pasa a recoger a Murabak (presidente de Egipto) para llevártelo al exilio!”. En Yemen, otro país paralizado por una solapada guerra civil entre distintas fracciones de la burguesía y blanco de operaciones aéreas estadounidenses en nombre de la guerra contra el terrorismo, más de mil estudiantes de la universidad de Saná, la capital, manifestaron, llamando los pueblos árabes a seguir el ejemplo tunecino, recordando las horas más gloriosas de los años 1950, 60 y 70, cuando las luchas obreras y populares contra el colonialismo, el imperialismo y los regímenes reaccionarios, luchaban por la primavera árabe.

Lo más importante desde el punto de vista de la situación mundial tal vez sea que la caída de Ben Ali representó sobre todo un golpe durísimo para los imperialistas, más particularmente la ex potencia colonial, Francia. Durante décadas, el régimen destouriano tunecino que canalizó la lucha por la independencia contra el colonialismo francés fue el mejor aliado de París, primero con la llegada al poder de Habib Burguiba a fines de los años 1950 y luego a través de Ben Ali después de su golpe de Estado de 1987. Con Ben Ali acaba de caer uno de los aliados claves de París en Magreb, a la vez gendarme regional y garante durante más de veinte años de las pingües ganancias y jugosos negocios que sacaron sus multinacionales, tanto las francesas como las italianas y españolas. No es una casualidad si, pocos días antes de la huída del tirano, el ministro italiano de Exteriores Franco Frattini declaraba que “condenamos cualquier tipo de violencia, pero respaldamos a los Gobiernos que han tenido la valentía y han pagado con la sangre de sus ciudadanos los ataques del terrorismo” o que su homóloga francesa, Michèle Alliot-Marie, después de haber recibido a Kamel Morjane, ministro de Ben Ali, el 7 de enero, proponía el asesoramiento de las fuerzas de represión tunecinas por consejeros y policías franceses… Tampoco es una casualidad si en el mismo corazón de Europa el proceso revolucionario despertó el entusiasmo y la solidaridad de los millones de proletarios magrebíes o de origen magrebí que constituyen uno de los batallones más explotados de la clase obrera, con actos y manifestaciones en el Estado español, Italia y sobre todo Francia, el sábado 15 de enero.

Las raíces de la caída de Ben Ali

El proceso tunecino no es un caso aislado, aunque sí el más acabado hasta ahora, en una región en plena ebullición. En los últimos años se sucedieron una serie de revueltas populares o a veces procesos huelguísticos que empezaron a marcar un punto de inflexión en la situación regional, como en Egipto y Argelia. Tanto en el caso argelino como egipcio, se trataba de la expresión de una bronca hacia las pésimas y cada vez peores condiciones de vida y de trabajo, el incremento del precio de los bienes de primera necesidad, la ausencia de libertades en países dominados por una casta enquistada en el poder a través de partidos monolíticos. Estos son los mismos ingredientes que hicieron estallar la crisis tunecina. Estos elementos ya habían estado presentes durante el proceso de lucha que había sacudido la cuenca minera de Gafsa, en Túnez, en 2008. Miles de jóvenes desocupados de la ciudad de Redeyef, con el apoyo de los trabajadores y de sectores opositores y combativos de la central única, la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT), habían protagonizado una revuelta ahogada en sangre por pan, libertad y trabajo.A diferencia de los procesos argelinos y egipcios, esta vez el proceso tunecino de diciembre y enero no quedó circunscripto a un solo sector o región sino que se extendió a todo el país. Contó, por otra parte, con la participación de sectores claves del proletariado tunecino, tanto del sector público como de la industria y del sector terciario (dominado en buena parte por multinacionales que deslocalizaron su producción y servicios). En fin, logró quebrar el consenso existente entre la clase dominante, forzando la renuncia de un autócrata sanguinario que, parecía haberse convertido en presidente vitalicio de Túnez, apoyado en una clientela de mafiosos y policías que actuaban como socios menores de la expoliación planificada del país operada por los imperialismos.

De la desesperación a la revuelta, de la revuelta a la caída revolucionaria del dictador

Todo empieza a mediados de diciembre con el intento de inmolación de Mohamed Buazizi en Sidi Buzid, una localidad del centro del país. Figura paradigmática de toda una generación ya que licenciado, sin trabajo, forzado a sobrevivir como vendedor ambulante de frutas y hortalizas, el joven intenta inmolarse frente a la sede del gobierno local, muriendo días después a raíz de sus heridas. Este acto desesperado destapa la bronca de centenares de jóvenes, severamente reprimidos por la policía. Sin embargo, a diferencia de lo que había pasado en Redeyef, Gafsa, dos años atrás, la noticia se difunde como un regadero de pólvora a todo el país.

Las manifestaciones que se extienden a todo el país cobran rápidamente un carácter violento. Por primera vez en años en distintos puntos de Túnez y al mismo tiempo los manifestantes se enfrentan con una de las policías más brutales y sanguinarias de la región que aun cuenta con 120.000 hombres y 12.000 paramilitares, es decir el cuádruple de los efectivos de las FFAA tunecinas. Se suman a los manifestantes primero los abogados, a su vez violentamente reprimidos. Con la vuelta a clases a inicios de enero después de sus vacaciones la juventud universitaria y secundaria baja a la calle, protagonizando el movimiento más profundo de la juventud escolarizada desde febrero de 1972 (suerte de “Mayo francés” estudiantil tunecino), cuando había tambaleado Burguiba por primera vez. Bien poco sirve la represión que, al contrario, empuja a los trabajadores a bajar a la calle. En muchas localidades obreros manifiestan ante la sede de la UGTT local (cuya dirección nacional está estrechamente vinculada al RCD, el partido de Ben Ali) exigiendo que se proclame la huelga. En otros casos, la UGTT se suma a los paros cuando éstos ya arrancaron para que no se les escapara de las manos. Esto no es solo el caso de zonas de históricas insubordinación obrera como el puerto de Sfax (pulmón económico y segunda ciudad del país) o la cuenca minera de Gafsa, ya testaferros de la lucha antifrancesa en los años 1930 y 1940. La protesta obrera se extiende a todo el país, abarcando no sólo aquellas federaciones como correos o educación que siempre defendieron posiciones contrarias al régimen, sino a la mayoría de los sindicatos.

Ante el entierro de Mohamed Buazizi acompañado por 5.000 personas que claman “hoy te lloramos, mañana haremos llorar a quienes te han empujado al suicidio”, Ben Ali opta por hablar de unas manifestaciones orquestadas por la oposición ilegal y los islamistas, financiadas por potencias extranjeras, y tacha a los manifestantes de terroristas. A pesar de la dura represión, Sidi Bouzid, Thala, Regueb y sobre todo Kasserine, son el teatro de manifestaciones ilegales cotidianas. Se asaltan locales oficiales, incluso comisarías. Los eslóganes más cantados son “¡Túnez quiere libertad, abajo el RCD [partido de Ben Ali]” o “¡Queremos agua y pan, que se vaya Ben Ali!”, demostrando la estrecha articulación entre demandas políticas, democráticas y sociales.

La situación cambia completamente entre el 11 y 12 de enero. Mientras en las principales localidades se saquean las grandes cadenas de supermercados (Carrefour) y los bancos asociados con las multinacionales extranjeras y el clan Trabelsi, de la familia de Ben Ali y de la primera Dama, la UGTT regional de Sfax, motor económico del país, decreta la huelga general y las manifestaciones ganan por primera vez la capital. El presidente decide sacrificar a su Ministro del Interior para intentar amortiguar las manifestaciones. Esa noche los enfrentamientos recrudecen, como en Gafsa hasta muy entrada la madrugada dónde la policía asesina a siete manifestantes. La revuelta continúa en Kasserine y Beja el día siguiente donde es asaltada una sede del partido gubernamental.

Después de haber recurrido a la fuerza extrema Ben Ali intenta retroceder rápidamente. Ya es demasiado tarde sin embargo. Todas las promesas de apertura democrática en un país policíaco y autoritario no bastan como para calmar los ánimos de los manifestantes. En un pésimo remake magrebí de De Gaulle, pretende en su discurso televisivo del 13 de enero a la noche “haber entendido a los manifestantes”. No habla en árabe literario sino en árabe tunecino para intentar parecer más cercano “a su gente”. Les promete todo lo que negó durante 23 años: libertad de expresión para la prensa y de asociación para todos los partidos políticos, inclusive aquellos condenados a la clandestinidad, promete la creación de centenares de miles de puestos de trabajo para la juventud, todo esto siempre y cuando él pueda seguir en la presidencia hasta 2014, prometiendo no volver a presentarse.

Al día siguiente, el 14 de enero, decenas de miles logran manifestar por primera vez en años en pleno centro de la capital, en la avenida Burguiba, frente a la sede del ministerio del Interior, símbolo por antonomasia del régimen. Correan que lo que realmente quieren, es la renuncia del presidente. Por un lado la policía desencadena una feroz represión y por el otro Ben Ali anuncia in extremis que dimite a todo el gobierno. Ya no sirve.

Frente a la determinación de los manifestantes en la capital y los enfrentamientos y saqueos en el resto del país, el ejército se niega a reprimir. Ya se había rehusado algunos días antes Rachid Ammar, jefe de Estado mayor, por lo cual había sido destituido. Sectores centrales del establishment y las embajadas extranjeras le quitan el apoyo a Ben Ali. No le queda más opción que huir del país en avión el mismo día y refugiarse en Arabia Saudita, después de que su amigo Sarkozy le haya negado el derecho a asilarse en Francia. La caída de Ben Ali deja un vacío de poder que las “palomas” del RCD, el ejército y sectores de la oposición burguesa con el sostén del imperialismo intentan colmar para evitar que la situación degenere aun más, en pos de proponer a mediano plazo una estabilización definitiva de la situación. Lejos de cerrarse sin embargo, el proceso sigue abierto después de la huida de Ben Ali.

El gobierno fantoche de Ghannouchi, entre continuidad y reformas cosméticas

Por más que el número de manifestantes en la capital entre el 18 y el 19 de enero haya disminuido, que los saqueos cesaron y que los medios intentan insistir en una progresiva vuelta a la normalidad en las calles de Túnez, la crisis aguda que vive el país está lejos de haberse cerrado. Después de la huida de Ben Ali y de varios días de perfecta confusión con la continuidad de las manifestaciones, el saqueo de los palacios de los parientes del clan Trabelsi y Ben Ali, el surgimiento de comités de autodefensa en barrios y ciudades para responder a las provocaciones de los sicarios de las fuerzas de seguridad aun fieles a Ben Ali, la burguesía, con el poyo de las FFAA que juegan un rol crecientemente importante está intentando restaurar el orden Se detuvieron a algunos de los principales responsables de la dictadura, como el ex jefe de la seguridad, el general Seriati. A nivel político, se desplazaron a los duros del antiguo régimen para dejar espacio a las supuestas “palomas” del RCD, políticos menos implicados en la represión, los crímenes y las prácticas mafiosas del clan Ben Ali. Asumió como presidente Fouad Mebazaa, ex presidente del Parlamento, que a su vez nombró como Primer ministro al ex Premier de Ben Ali, Mohamed Ghannouchi, anunciando elecciones en un plazo de seis meses (y no dos, como lo prevé la misma Constitución). Se trata de un gobierno continuista que intenta, a través de algunos retoques y cambios, mantener una estructura capaz de asegurar una transición que pueda salvaguardar los intereses de la burguesía tunecina y sobre todo los negocios de los imperialistas.

Para reforzar el aspecto de cambio de fachada el Premier abrió su gobierno a fuerzas de la “ex oposición a su majestad” y a personalidades reconocidas. Los principales ministerios, luego de la proclamación del nuevo gabinete el 17 de enero, siguen en mano de los hombres de confianza del RCD pero Ghannouchi reservó algunos puestos a la oposición, apostando a que bastara como para darle una imagen renovadora al nuevo poder. Es la razón por la cual el gabinete proclamado el lunes 17 de enero estuvo en un primer momento integrado por cuatro partidos moderados y social demócratas, entre los cuales el ex PC tunecino, Ettajdid, el Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades de Mustafa Ben Jaafar y sobre todo tres ministros de la UGTT (Abdeljelil Bédoui, vice Premier, Anouar Ben Gueddour, y Mohamed Dimassi).

No pasaron veinticuatro horas antes de que saltara todo el acuerdo ante la presión de la calle y de la oposición aún ilegal (el moderado Congreso por la República del histórico opositor Moncef Marzuki, el Partido Comunista Obrero de Túnez (PCOT) de Hamma Hammami y el islamista Ennahda). Marzuki junto con otros sectores de la oposición burguesa como el gremio de los abogados exige la constitución de un gobierno de salvación pública sin el RCD y la disolución del ex partido de Ben Ali. No bastaron la desafiliación del Presidente y del Premier de la dirección del ex partido de Ben Ali para calmar los ánimos y frente a la presión de las bases de la UGTT los tres dirigentes sindicales y Ben Jafaar dimitieron.

A pesar del anuncio de la liberación de 1.800 presos políticos, el procesamiento de Ben Ali por corrupción y la disolución del ex ministerio de la Información, encargado de la censura, el 19 de enero se realizaron nuevas manifestaciones en la capital, Regueb, Kasserine y otras ciudades con asaltos a sedes del RCD. “Queremos un nuevo Parlamento, una nueva Constitución, una nueva República” coreaban en la avenida Burguiba los manifestantes, “nos sacamos de encima el dictador pero aún no la dictadura”. Ghannouchi, por su parte, es incapaz de anunciar aun cuándo podrá anunciar la creación definitiva del anhelado “gobierno de unidad nacional” para calmar a las cancillerías imperialistas mientras la agencia Moodys acaba de bajarle la nota al país, por la extrema volatilidad de la situación.

Por una alternativa revolucionaria para la clase obrera tunecina y del Magreb

La principal carta del grueso de la burguesía tunecina (el nuevo gobierno, el Ejército, más la oposición moderada) y del imperialismo consiste hoy en día en apostar a una “transición política a la democracia”, es decir una contrarrevolución democrática en la que poner a salvo lo esencial del capitalismo tunecino y los “acuerdos de expoliación” con el imperialismo. La UE, con Francia a la cabeza, ya están en eso, y detrás viene la Liga Árabe, ansiosa de que vuelva la calma, y todos los periodistas y tertulianos que hoy sí dicen que Ben Ali era un dictador; todos en lucha para que se normalice la situación y sobre todo los movilizados vuelvan a sus casas.

Sin embargo lo burdo de las primeras intentonas de “democratización cosmética” hace que el movimiento de masas mantenga un rechazo frontal al gobierno de Unidad nacional de Ghannouchi y al mantenimiento del ex partido de Ben Ali. Uno de los obstáculo más profundo para estos intentos de contrarrevolución democrática reside en la debilidad extrema de las que fueron las mediaciones tradicionales en el mundo árabe, ya sea el nacionalismo burgués laico o islamista o el estalinismo, cuya existencia misma había sido proscripta por Ben Ali durante dos décadas y que hoy en día no tienen la capacidad, como en otros países de la región como Egipto o Marruecos, de representar una oposición burguesa responsable. Estos aparatos que jugaron un rol de contención y desvío en las revoluciones posteriores a los procesos de independencia gozan de bastante peor salud que entonces para repetir su “hazaña” y el islamismo tunecino por el momento tampoco está en condiciones de retomar el relevo de manera inmediata. Esta situación que favorece el desarrollo de la movilización independiente no va a ser eterna. Nuevas mediaciones pequeño burguesas, laicas o islamistas, se prepararán para capitalizar la revolución y llevarlas a algún tipo de “transición política pactada”. Contra ellas hay que empezar a oponer un programa de acción contra el de la contrarrevolución democrática.

La ex oposición legal (Ettajdid, Movimiento de los Demócratas Socialistas, etc.) defienden el diálogo y el gobierno de unidad nacional que buscará la reconciliación con los verdugos de la dictadura, que dejará intactos los acuerdos de sumisión de Túnez al imperialismo y que no resolverá ninguno de los problemas de desocupación, carestía y miseria que padecen los trabajadores y el pueblo de Túnez. Otros partidos como el de Marzuki o el islamista Ennahda defienden fundamentalmente la misma estrategia, aunque radicalizando sus propuestas exigiendo la constitución de un gobierno de unidad basado en la exclusión del RCD y la convocatoria de Constituyente dejando en pie por ahora todo lo que permanece del régimen benalista.

Es necesario plantear que la única salida verdadera y auténticamente democrática para Túnez, en ruptura con las “palomas” del RCD o de la oposición burguesa laica o musulmana pasa por la convocatoria de una Asamblea Constituyente capaz de rediscutir de las bases mismas del país sobre las ruinas del régimen benalista y los acuerdos de sumisión imperialista a Francia y la UE. Esta Asamblea Constituyente no puede ser convocada más que por un gobierno obrero y popular basado en los comités de huelga y populares independiente del ejército, constituido por quienes fueron el motor de la caída revolucionaria de ben Ali, la clase obrera y la juventud.

Después de haber mantenido durante décadas un criminal diálogo con Ben Ali, la dirección de la UGTT defiende la perspectiva de un acuerdo con un gobierno burgués de unidad nacional que estaría dispuesto a llevar a cabo una reforma cosmética del régimen un poco más radical de lo que está proponiendo hasta ahora Ghannouchi que sabe que la segunda carta de un gobierno interino, además del ejército, sería la central sindical. A esta camino es necesario oponer la necesidad de terminar con toda aquella burocracia sindical que sigue a la cabeza de la central, que negoció la explotación y la opresión de la clase obrera y del pueblo con la sangre de los opositores, vendiéndolos a la policía y a los aparatos de seguridad. La oposición combativa de la UGTT tendría la capacidad de convocar, en base a la experiencia que acaba de hacer la clase obrera tunecina, un gran congreso de base de la central para que los trabajadores, la juventud y los estudiantes de la Unión General de Estudiantes Tunecinos (UGET) puedan recuperar la central obrera y ponerla al servicio exclusivo de sus intereses. Por otra parte debemos defender el camino del desarrollo de la autoorganización independiente de los trabajadores y el pueblo, en base a las luchas que paralizaron las principales empresas del país. Esto pasa a través de la constitución de comités de huelga y barriales independientes de cualquier variante burguesa y autónoma del ejército en el cual no se puede depositar ninguna confianza para pelear hasta el final contra los restos del régimen de Ben Ali y el gobierno de Unidad nacional.

Contra la falsa democracia que promoverá el imperialismo y las distintas alas de la burguesía tunecina debemos oponer la lucha por una Asamblea Constituyente para discutir los problemas del país desde la raíz, explicando que una Asamblea Constituyente de este tipo sólo se conseguirá si los trabajadores y el pueblo imponen un Gobierno Obrero y Campesino. Sería la única perspectiva de poder capaz de terminar con la miseria y la desocupación, a través de un programa que incluiría un gran plan de obras públicas bajo el control de los trabajadores y el pueblo, la renacionalización y la expropiación de todas las multinacionales imperialistas en pos de la construcción de un Túnez socialista en el marco de la lucha por una Federación de Repúblicas Socialistas del Magreb y Oriente Medio.

Sin un partido marxista revolucionario arraigado en el proletariado y la juventud que ofrezca a las masas una perspectiva realmente independiente de cualquier facción burguesa, es imposible que el proceso tunecino triunfe hasta el final. Es la razón por la cual defendemos la perspectiva de la reconstrucción de un partido mundial de la revolución socialista y de sus secciones nacionales, la IV Internacional. La caída de Ben Ali es el primer embate de un proceso revolucionario que, de profundizarse, representaría una grieta en el sistema de dominio imperialista. Es la razón por la cual la vanguardia obrera y los revolucionarios en los países centrales hemos de desarrollar lo más posible la solidaridad práctica y política con nuestros hermanos y hermanas de clase del otro lado del Mediterráneo, ya que todo golpe dado a la burguesía tunecina y a su fantoche Ghannouchi es un golpe asestado al imperialismo.

de Ciro Tapeste, FT-CI, Paris, 20 de enero de 2011



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